Por Laia López Manrique

Katherine Mansfield (Nueva Zelanda, 1888 – Fontainebleau, 1923), dueña de lo que Virginia Woolf calificó como “una inteligencia terriblemente sensible” fue, junto con James Joyce, artífice del nacimiento del cuento moderno en lengua inglesa en los primeros años del siglo XX, en un momento de la historia de la literatura británica en que el género todavía no poseía un valor estético reconocido y no contaba con el respaldo de la crítica. Mansfield, en relación tensa pero constante con los autores del llamado círculo de Bloomsbury, escribió sus cuentos breves en consonancia con las transformaciones operadas en el género del cuento por el escritor ruso Anton Chéjov, en la dirección de la minimización de la peripecia y de la intriga como sostenes del relato, a favor de un punto de vista que ahonda en los estados de ánimo de los personajes y en la exploración de una situación específica, de un retazo de la vida cotidiana. La aprehensión de la realidad en el texto narrativo partir del punto de vista particular de un sujeto, de su localización en el espacio y en el tiempo y de la singularidad intransferible de un estado de conciencia no parece algo novedoso para nosotros, acostumbrados a la lectura de textos que se apoyan en esos ejes, pero debemos recordar que en la época en que Katherine Mansfield escribió, las técnicas de las vanguardias literarias del llamado Modernism, del que ella sería una de las grandes exponentes en el nivel del relato, fueron absolutamente revolucionarias.
Katherine Mansfield vio publicados buena parte de sus relatos en revistas periódicas y recopilados en forma de libros (In a German Pension, en 1911, Bliss and Other Stories, en 1920, The Garden Party and Other Stories, en 1923, además del relato Prelude, publicado por la Hogarth Press de Leonard y Virginia Woolf en 1917), obteniendo un éxito ascendente en el último período de su vida, pero ha sido en buena medida una autora de fama póstuma, a pesar de haber dedicado su existencia en pleno a la escritura. Y póstuma en muchos sentidos, no todos beneficiosos para la difusión y el reconocimiento debido de su obra. La recepción de la obra de Mansfield ha sido problemática, malversada por ciertos abusos críticos y por la proyección de una imagen de la escritora que poco tiene que ver con una lectura cuidadosa de su obra de creación. En el caso de Mansfield, como en tantos otros casos, el individuo y su historia personal, su leyenda, han engullido en gran medida a la autora, y su obra ha sido leída con los prejuicios propios de la crítica biográfica o, peor aún, de la malograda condescendencia con la condición femenina y su transgresión. La existencia rebelde de Mansfield, nutrida de experiencias diversas, de viajes y de afán de conocimiento, la huella que dejó en ella y en su escritura el fallecimiento de su hermano, la pulsación de la enfermedad crónica que le causó la muerte a los 34 años, su controvertido amor por la vida, o la imagen depurada y sencilla de la mujer que John Middleton Murry, su marido y albacea literario, quiso transmitir de ella en la introducción a sus diarios, han sido probablemente más conocidos que sus textos. Parece curioso que la crítica biográfica no se haya detenido en una afirmación crucial de la autora, quien a muy corta edad escribiría: “Tengo 18 años y principios tan livianos como MI PROSA”.
Porque Katherine Mansfield es autora de una prosa de altura, diáfana, desapegada y leve como su rostro en los retratos, una prosa que interpela y seduce al lector con fijeza y cuyas líneas de sombra quedan sugeridas en virtud de su propio movimiento. Al contrario que las imágenes que dan testimonio de la vida de la escritora, en que su rostro queda a menudo ligera y apaciblemente desenfocado, su escritura destaca por la afinación en el trazo y el encuadre de los personajes y escenas que deambulan por sus cuentos. La observación atenta de Mansfield se concentra y persigue a los cuerpos asediados por residuos de penumbra, da luz sobre fragmentos de paisajes cotidianos que refulgen, devastados en lo más íntimo por deseos que no se cumplieron, que no se cumplen o no se cumplirán. Además de en la pintura de personajes, Mansfield muestra una gran maestría en la exploración de situaciones de la vida común que son, a su vez, anómalas, en la captación de las sensaciones que las inundan. En ellas filtra una mirada que se desliza por los recovecos y márgenes que quedan, enredados entre sí, más allá de lo expuesto, del orden de los hechos, que suelen ocultar un aspecto trágico bajo su máscara mundana.

La sutileza en los detalles, la agilidad en el ritmo narrativo, el punteo de un cierto lirismo descriptivo y de una ligera ironía, que no roza todavía el sarcasmo, contribuyen en los cuentos de Katherine Mansfield a la creación de atmósferas únicas. Las pequeñas garras del lenguaje dictan marcos y sentencias para la construcción de unos relatos muy precisos, condensados, como pequeñas cajas que abren al lector un universo comprimido del que escapan sonidos y colores, percepciones, restos del habla, presagios, testimonios. Muy lejos y a la vez muy cerca de la idea de la epifanía, que constituye el puntal de las historias incluidas en los Dubliners de James Joyce (1914), queda el tejido del que se componen los cuentos de Katherine Mansfield. Pues en algunos de ellos, la epifanía o manifestación de una verdad oculta que reordena y arroja luz sobre los acontecimientos no se produce necesariamente como punto de inflexión del cuento, sino que más bien impregna de manera intuitiva el relato desde el primer párrafo, recalando en el tono y en el planteamiento de la situación narrada. Así ocurre, por ejemplo, en el cuento Revelations, cuyo significativo título ya nos conduce hacia una dirección muy concreta; en él, nos asomamos a la vida de Mónica Tyrell, una mujer bien situada que padece de los nervios, en un día apocalíptico, horriblemente ventoso. La señora Tyrell percibe, desde el principio, indicios que la desequilibran pese a no comprenderlos, y que abocan su jornada hacia la catástrofe de manera irreversible. Atacada por la realidad, la hiperestésica señora Tyrell se niega a asumir el caos que presiente a su alrededor y, a la vez, desea saber qué secreto entraña. Y la respuesta cae, mansa como una cucharada de sopa hirviendo: una niña ha muerto. La señora Tyrell presencia el peso del dolor del padre y escapa corriendo, tan agitada y furiosa como el ritmo del relato. El orden se ha roto. La revelación, lo que ya se sabía, más allá de descubrirse, se ha confirmado.
En su mayoría, los cuentos de Mansfield, ya transcurra su acción en Nueva Zelanda, Alemania, Inglaterra o Francia, lugares que la autora frecuentó a lo largo de su corta vida, son cuentos de personajes solitarios que aspiran a algo que no obtienen: a la imposible comunicación con los otros, o tal vez consigo mismos. Personajes que dialogan, pero que no logran cimentar entre ellos el entendimiento a través del lenguaje. Más allá de lo dicho, queda la frágil llama de lo deseado; más allá de la voz queda el sentido, como muestra el cuento Psychology, donde se expone la visita que un novelista hace a su amiga dramaturga y la charla torpe que mantienen, en estrecha vigilancia el uno hacia el otro en orden a controlar su atracción, y que culmina con apreciaciones estériles acerca del futuro de la novela. El narrador se mueve en el cuento con diligencia entre los dos polos de la relación, entre las dos perspectivas, entre las palabras externas e interiores de los dos personajes, que lejos de complementarse podríamos decir que se superponen. El desastre queda soterrado en los temblores y pensamientos de ambos, en lo que se resisten a decir y que irónicamente es sugerido a los lectores por obra del narrador. El cuento es un alarde de habilidad técnica en la observación y acercamiento a la conducta de unos seres que se pretenden fuertes pero en realidad son muy débiles, y que escudan en sus vidas de artista su ineptitud y fracaso en las relaciones personales.
La ambivalencia y la capacidad de observar todos los rostros de la realidad y trasladarlos a la desemejante palabra de la literatura hicieron de Katherine Mansfield una gran escritora, en cuya obra se recoge y perfecciona la deriva formal de la narración breve contemporánea. Ya en su juventud Mansfield intuyó el impulso primordial de la escritura, el que lleva a desear la fusión con otros cuerpos y otras vidas, ante la insuficiencia del propio yo, a través de la ventriloquía de la ficción. Ella misma expresó su deseo con estas palabras: “Would you not like to try all sorts of lives –one is so very small– but that is the satisfaction of writing -one can impersonate so many people.” La lectura de sus cuentos nos brinda la ocasión de comprobar cómo se realiza tan titánica tarea.
*Bibliografía de Katherine Mansfield en castellano:
Cuentos completos, Alba Editorial, Barcelona, 1999.
Relatos breves, Ediciones Cátedra, Madrid, 2000.
La fiesta en el jardín, RBA Libros, Barcelona, 2009.
Diario, Lumen, Barcelona, 2008.
(Publicado originalmente en el número de febrero de 2010 de Panfleto Calidoscopio)