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Entrevista en los Archivos De Beauvoir número 3

Los Archivos De Beauvoir es una publicación de Hola Ediciones centrada en el análisis y divulgación de la obra cultural realizada por mujeres. Hay artículos, reseñas, crónicas, ilustraciones, fotografías y un apartado musical. Acaban de sacar su número 3, donde han incluido, además de las colaboraciones de Pilar … Continúa leyendo Entrevista en los Archivos De Beauvoir número 3

Reseña de «La mujer cíclica» en Revista de Letras, por Albert Lladó

«Escribir es, desde esa toma de consciencia, convertirse en bisturí y cuerpo diseccionado. Por ello el verso y la prosa conviven en un mismo incierto trayecto, en un mismo obstinado ensayo. La escritura es un tránsito cíclico, sin pasarelas, que viaja hacia uno mismo. Pero … Continúa leyendo Reseña de «La mujer cíclica» en Revista de Letras, por Albert Lladó

Cuatro poemas de «La mujer cíclica» en La tribu de Frida

«Hasta ahora no había leído nada de Laia López Manrique, pero os puedo decir que La mujer cíclica (La Garúa, 2014) es uno de los mejores poemarios del año. Este libro está habitado de referencias a esas mujeres únicas, a esas diosas que nos han inspirado poemas, fantasías y hasta pesadillas. La de Laia es una poesía que ahonda en la tierra, en las raíces, en la genealogía de tantas mujeres que estuvieron aquí antes que nosotras. Ella cava un profundo agujero donde contenerlas y hacerlas decir. Aquí las tenéis a todas contándonos sus desvelos, sus miedos. Han venido a romper las fronteras del lenguaje. Han venido a confesarlo todo.» (Carmen G. de la Cueva)

Para leer los poemas, hacer click en la rodilla de Lucia Joyce.

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«La mujer cíclica» tiene voz y movimiento, se hizo poemario. Y este viernes 23 de mayo se presenta en Madrid

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Laia López Manrique abre en La mujer cíclica algo parecido a una madriguera: escritura-hueco para alojar las voces de distintas mujeres y confundirlas con la propia voz. Construcción de una morada necesaria, sin término posible: frágil como lo que solo puede hablar desde su precariedad, circular como el pulso de una escritura en la que la propia idea de tiempo colapsa y se reincorpora en el presente del poema, en su cuerpo que acusa el daño. En todo caso, parche, madeja en la que los hilos de las voces individuales se con-funden para tejer un abrigo disolviendo cualquier ilusión de univocidad y recordándonos que la voz que creemos propia no es más que un préstamo. Palabra para decir la carencia e inaugurar un trayecto no lineal, retorcido, inclinado en cada recodo para detenerse y rescatar lo que el canon patriarcal arrojó a las cunetas. De este lugar desposeído de enunciación da cuenta la poeta al decir: «Elegí hablar desde una fractura. Desde lo torcido. Desde un umbral que aguarda su propia ingrata resistencia»

Laura Giordani

LA MUJER CÍCLICA

Laia López Manrique

Colección La Garúa, 47

Cubierta: Mercedes Gómez Martín

ISBN 978-84-941140-5-2
92 páginas | 13×19 cm.
abril-mayo de 2014
Poesía | Castellano
Compra online 6 €
PVP 10 €

Compra online a través de la web www.lagarua.net

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La mujer cíclica, II (fragmentos para un proyecto incierto)

 

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“J’ai aussi été folle à Nevers”

 

Se pregunta cómo puede empezar a escribir ese texto, esa envoltura.

Sabe que escribir ha sido a veces el modo de expulsar lo que en su cuerpo hace madeja y crece, resguardado, oculto como un tumor.

El deseo se hace así. Crepita así, soltándose, hilo y reflejo, hilo y arrastre.

Desear es tener miedo de que algo no concluya. Lo que se contrae (el nervio) y se despliega en el indicio de toda semejanza. El peligro siempre reside en no poder vislumbrar el final.

No sabe en realidad qué podría escribir sobre ese amor, tan distinto de cualquier otro. Un amor accesorio, como un remordimiento o una gasa sobre la piel ya sin herida. Un amor que se vive de lejos, sin posibilidad de acercarse.

Deseo un yacimiento. Debajo de ese yacimiento se articulará otra vez mi cuerpo cabeza abajo, mis pies, mis coronarias, mis ventanas reticentes.

Seré opaca. Mi luz será opaca. Masticaré las palabras que te dije, todas sus células vivas y la extensión de su materia, en esa luz. Arqueando esa luz, se hará este amor de palabras.

Dice: esto es lo que va a suceder.

Conozco bien las cuerdas, las moradas tantas veces repetidas.

Enfrentarse una vez más a qué. Odiar una vez más a quién. Qué en ti se contradice, qué en esa voz turbada.

El amor no es hijo de la voluntad, emerge como un árbol centenario, como un hueso olvidado que despunta.

Dice: esto es lo que vas a recordar mañana: las vendas en las manos, la pared fría contra la espalda, una noche entera en vela, pensando en una imagen como en una cripta.

Dice: tener el mar disponible, vararse en la costa, hundir la boca en la arena hasta el ahogo. Eso no es el amor, eso es el deseo de morirse.

Esperaba todavía, con el cuerpo leve, el sudor. Hablaba con lo que en mí era foco y tenía a veces tus mismos rasgos.

-Tú supiste verme.

-Creía que amar era ver sin ser visto.

-Pero tú supiste verme.

-Era tarde cuando me di cuenta. Era tarde y había grava, gente que removía las piezas alrededor y adentro.

-En la interrupción de la cuerda había un nudo. No era como los otros nudos. No solo estaba hecho de cuerda, sino también de palabras. Las palabras me volvieron loca.

-Las palabras tienen esa propiedad. Las palabras conducen y desvelan u oscurecen.

-Fui incapaz de evitar esa locura. Ese nudo era como un asentimiento. Como reconocer un accidente, el espacio de un choque.

-Tú supiste verme. Lo que era ciego a mis ojos lo investiste de palabras. El amor es el tacto, pero hay también un amor hecho de palabras.

-Yo tenía un amor de tacto y un amor de palabras y además otros amores periféricos. No me era posible concentrarme en uno solo.

-El amor de tacto era suave, cotidiano. Se alimentaba de imágenes. Yo lo protegía. Mi posesión de él era el cuidado y nuestro deseo era incisivo y brutal.

-El amor de palabras era escaso. Una red. Una trampa. Aparecía raramente. No lo cuidaba, porque era externo. El deseo era solitario y doloroso. 

-Los amores periféricos eran ensoñaciones. Acontecían y se marchaban. Sus anclas eran los cuerpos: amados, olvidados.

-Solo tu amor negaba la belleza. Las palabras me volvieron loca. 

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