
La niña que aparece en la fotografía nunca supo leer bien los mapas. Fue una mala lectora de manuales, una pésima intérprete de lenguajes prescriptivos y pliegues de instrucciones.
Aprendió a orientarse perdiéndose. Trazaba siempre rutas extrañas, alejamientos, desvíos.
Un día, la niña que aparece en la fotografía o, más bien, el fantasma y los ecos que soplaban detrás de su nuca, escribieron un pequeño, muy pequeño libro de poemas. Habían pasado los años y la niña que aparece en la fotografía sonreía de un modo muy distinto, pero seguía agarrándose al lomo de los animales terrestres e incluso a veces, como esta misma noche, soñaba que un búho diminuto se posaba en la piel de su hombro.
A ese libro de poemas lo tituló (se titula-rá, lo titulamos) Deriva.