Reencuentro

Por Laia López Manrique

Cuando cumplió los quince años de edad, Níkos Zourganelis se dio cuenta: estaba él, y estaba, más lejos y por derivación, el resto del mundo. No le costó gran esfuerzo llegar a esa conclusión. Se le ocurrió, después de sopladas las velas, repartida la tarta, hechos los cumplidos y brindado con sus padres con la copa de vino, a solas en su cuarto, apurando una colilla.

Al saberlo, sintió una especie de alivio doloroso que se le instaló en el borde del intestino grueso. De todas las verdades que había conseguido retener, ésa era quizá la más importante, y también la más traidora. La anotó en un pedazo de servilleta en letras mayúsculas, y la guardó en su bolsillo derecho junto con unas monedas.

Al día siguiente, su despertar fue liviano. Sintió la gravedad de tener un cuerpo y la obstinada ingravidez de lo que no tiene peso ni plumaje. Se calzó las sandalias y fue a pasear cerca de su casa, con el sabor amargo del primer café cerrándole los labios. Tropezó dos veces con la misma piedra, por el gusto de ver sangrar su rodilla y luego lavarla, despacio, en una fuente. Recogió una lombriz y la dejó arrastrarse por su antebrazo, por su bajo vientre, por su espina dorsal. Todos los que le vieron dijeron que estaba loco, pero él se rió con gracia tendiéndoles la mano.

Supo que iba a morir, que iba a amar, que iba a estar solo. Se hizo promesas, tejió al menos tres destinos que nunca se atrevería a comenzar. Quiso que sus ojos fueran una cerradura donde algún torpe introdujera la llave equivocada, una llave de cobre, un color oscuro y mustio que le protegiera de la luz. Quiso que su cuerpo fuera un claustro de sacrificios y de desapariciones, un claustro de placer y de serrín caliente, de venas carcomidas. Su cuerpo un raíl, una mancha, una señal de humo, orín en la vejiga de algún preso, si bemol en la mano de un pianista, suma borrada en un cuaderno escolar, vino dulce en la boca de una mujer borracha.

Esa noche, a las doce en punto, cuando sus padres apagaron la luz, Níkos Zourganelis sonrió ante su reflejo antes de atravesar lentamente el cristal, con los pies descalzos.


4 comentarios en “Reencuentro

  1. es un relato desgarrador y realmente emocionante capaz de infundir desde lo más profundo el llanto más amargp y hasta el punto de llegar a sentir esa punzada en el intestino grueso que experimenta el personaje.
    Eres una de las escritoras más brillantes que he leído.

  2. Me has evocado a la idea de que la materialidad se queda atrás cuando uno se abraza a una idea. Dicho así parece tan pequeño… exlicándome mejor, con materialidad, y en sincronía con tu relato, quiero decir cuerpo, y con «idea» quiero referirime a la verdad que cada uno lleva a cuestas, la losa que nos roba al Peter Pan y nos hace viejos.

    Un relato muy hermoso y abrumador.
    Gracias Laia.

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